lunes, 12 de julio de 2021

¿Y SI ARREGLAMOS LO ROTO?

No suelo escribir mucho, porque considero que se debe escribir o hablar cuando hay algo que decir, que debe haber tiempos de silencio para la reflexión, que lo escrito debe ser producto de la pausa y no de la prisa, por estar constante y fugazmente presente. 


Soy pedagoga y maestra, y sí, me gusta serlo, valorarlo y defenderlo. Puede que muchos aún no sepan qué es lo primero o lo estudiaran para tener más puntos en algún trabajo u oposición y casi no recuerden nada de su carrera. Yo decidí hacerlo para no perder el hábito de estudio y esto me cambió mucho, comprendí bastante de lo que día a día sigo entendiendo. La complejidad del ser humano, sus relaciones y su mundo. Nuestra labor es estudiar la sociedad, para intentar entenderla, cambiarla y mejorarla. Dentro de nuestras funciones hay muchas, podrías encontrarte con pedagogos especializados en dificultades de aprendizaje, responsables de recursos humanos realizando entrevistas de trabajo, orientando tu carrera profesional, dando técnicas de estudio y otras tantas. 


Sus actitudes, habilidades y destrezas, como las de cualquier otra profesión son interminables y no todos las tienen, no porque ellos no quieran, sino porque es tremendamente complejo ser un buen profesional. Yo no me llamaría así ni por muchos años de experiencia ni por mucha vocación que tenga. No detallaré ahora todo lo que esta profesión conlleva, pero después de esta introducción, haré algo que es parte de ella, redactaré una pequeña reflexión en voz alta.



Suelo recoger reflexiones cortas, breves, que invitan a pensar a cada uno a su manera, porque en este mundo ya hay sobresaturación de muchas cosas, lo que no quiere decir que no tengamos que seguir investigando y estudiando sobre muchos temas.

De vez en cuando en ese montón de datos, acontecimientos y velocidad, hay que pararse a pensar y sentir un poco, pero puede que ni aún así acertemos, como os decía, la vida es tremendamente compleja.


Hoy me paro y pienso en que esta sociedad del cambio rápido, de la pataleta constante, del querer ser el mejor y tenerlo todo, de lo poquito que queremos esforzarnos para conseguirlo y lo rápido que queremos que ocurra, toma más tiempo comparándose con los demás, exhibiéndose u ocultándose, culpando al sistema, proclamando injusticias y diciendo lo mal que está todo hecho, que arreglando y cuidando lo que es obvio que está roto hace tiempo.


Si algo no funciona, lo tiro, lo cambio, me enfado, bloqueo, ignoro… pero pocos resuelven, afrontan, deciden, se pringan y arreglan.


Nos empeñamos en que haya una sola salida y si no es la que esperamos, nos lamentamos y decimos lo desgraciados que somos. Tenemos miedo al error, porque tenemos que aparentar que somos los mejores y siento deciros, que esos mejores no existen y que los muy buenos se equivocaron mucho en el camino y asumieron grandes derrotas, para seguir creciendo. Que todos no tienen que llegar a 100 para ser buenos, para aportar y ayudar, en ocasiones basta con mucho menos.


Cuando algo no sale bien, no hay culpables sino problemas que resolver. Si no funciona, es probable que fuera atendido con prisas, sin saber muy bien qué hacer o necesitaba de más compañeros o tiempo, para comprobar si se podía. Tal vez, nadie se planteó los errores ni probó otras opciones para ver si eso servía.



En mi día a día, me rodeo de niños de 3 a 6 años, sus familias, mis compañeros y las personas que se cruzan o conviven conmigo, ellos siempre me han aportado mucho para seguir entendiendo cómo somos, cómo actuamos y cómo seremos. Dejemos de lado, el “pues me enfado y no respiro”, “ya no te hablo más”, muy propio de las edades de mis alumnos, para abrir paso al “qué ocurre y cómo lo solucionamos juntos, amigos”.


Lo reconozco, es difícil en un mundo artificial y superficial. Donde siempre queremos un terminal último modelo sin importar que el nuestro funcione y tenga aún prestaciones que ni sabemos o no entendemos que aún hay quien ni puede permitírselo. Donde vamos de puntillas y nos implicamos poco, no vaya a ser que nos cojamos un dedo. Donde vemos el fallo en un patio ajeno, pero nunca en el nuestro. Donde pasamos de pantalla y buscamos en el buffet libre el plato del día sin que nos guste nada o probando un pedazo para olvidarlo luego. 


Si un gran toque de atención como el que nos ha dado nuestro planeta no nos sirve, si seguimos corriendo, mirando nuestro ombligo y escuchando terribles noticias como que alguien mate a otra persona, algo muy mal debemos estar haciendo, un problema muy grande tenemos y seguiremos teniendo, hasta que decidamos resolverlo.


Tomar conciencia de que tenemos mucho que mejorar y arreglar, nos ayudará a dejar de buscar accesorios que nos disimulan los fallos que tenemos. No pasa nada por ello, todos los tenemos, mi persona, mis dibujos y mis textos, seguro que están plagados de ellos. Por eso mismo, hemos de cuidar y cuidarnos, para sentirnos bien y mejorar, cada uno a su modo, ritmo y manera, pero siempre hacia adelante, con mucha ayuda y respeto. Buscar vías, sin entrar en falsedades o autoengaños, que cuidar y querer no es decir mucho mi vida y mi cielo, cuidar es ser responsables de nuestras acciones, afrontar las decisiones, buscar opciones, asumir los errores y pedir disculpas para seguir APRENDIENDO.




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